viernes, 24 de abril de 2020

EL DON DE LA CONTINUIDAD, por Mariví Verdú

Quería seguir y finalizar con este tercer escrito a lo que di en llamar “Todo es preciso” -el primero- y “Por detrás del ombligo” -el segundo-. Hoy lo titularé “El don de la continuidad” porque pretendo escribir sobre lo que nos caracteriza y divide en masculinos y femeninos,  en machos y hembras, sobre lo que nos diferencia genitalmente y en nuestro sistema reproductor. La continuidad de la especie depende de ese don llamado sexo, motor del mundo, impulsor de actos de redondas consecuencias que hacen que todo ser vivo siga otorgando vida sucesivamente, una generación tras otra, desde el albor de los tiempos.

Una vez escrita la palabra sexo, palabra tan importante para la vida, me han entrado ganas de apagar el ordenador y salir corriendo, de volver a otra cosa menos delicada, más segura, para no caer en error y ser una mera interpretación de mi corta visión del mundo, porque me meto en un terreno de arenas movedizas donde estoy segura de que me hundiré, me ahogaré, sin remedio. Es tanto el valor que se le ha dado y el lugar tan prominente que ocupa en nuestras vidas que toda ella está condicionada girando en torno al sexo como gira la tierra en torno al sol sobre sí misma. Acabo de recordar un sueño que posiblemente me salve de meter la pata hasta el corvejón, un sueño que tuve hace muchos años, no sé si revelación de mi subconsciente o presagio del intelecto, pero desde luego fue un sueño inolvidable.

Transcurrió lentamente, más arriba de la estratosfera, sobre un azul aestamncolor oscuro salpicado de estrellas y nebulosas donde flotaban toda clase de objetos desde las formas más complicadas hasta las más simples figuras geométricas. Las simples, las esféricas, cónicas, piramidales, prismáticas, cúbicas o cilíndricas junto con las demasiado complicadas, figuras extrañísimas pero con las más variadas formas cóncavo-convexas que se puedan imaginar, viajaban por aquel cielo, cada una con su propia velocidad, a veces lentísima y otras de vértigo. Todas podían chocar entre sí, la propia trayectoria no podía evitarlo, pero acoplarse y viajar juntas era otra cuestión. Casi todos los encuentros eran bellísimos, saltaban chispas de colores cuando chocaban las figuras simples por alguna de sus caras cayendo en un bucle en el que duraban juntas según la intensidad del choque, inversamente proporcional. A veces salían simplemente despedidas después de una explosión de luz, un estallido o una ráfaga. Algunas esferas se partían del encontronazo y salían disparadas hacia la nada con más posibilidad de encontrar acoplamiento que antes de ser esferas. Dependía del material del que estuvieran hechas porque no todas soltaban esquirlas o reventaban, muchas salían ilesas y se disponían a ser errantes hasta el confín del universo. Desaparecían en soledad. Solo lo cóncavo y convexo perduraba unido en el viaje dependiendo del grado de encaje que había entre ellos y de la velocidad que tomaran después del acoplamiento. No he visto colores más claros, intensos y bellísimos en los mejores lienzos de los maestros pintores del mundo que los que vi aquella noche cuando todavía era joven y me incumbía aquello del sexo.  No sé cuánto duró mi sueño pero lo suficiente para saber de él más que leyendo libros y oyendo a los doctores en la materia.

He dejado la piel, el sudor y la lengua para el final. La piel, más de dos metros cuadrados de sensibilidad, expuesta al frío, al sol, al viento y a las caricias. Hay que olvidarla ya porque hemos entrado en la era de comernos los besos, de sudar hacia dentro, del llanto que enquista las caricias, es la hora de los abrazos al aire. Pero la lengua, espero que quede por muchos años en su sitio, que no sea afilada como un lápiz pero tan expresiva como una docena de libros de gramática, que siga dando mucho que hablar y dándonos el maravilloso regalo del sabor, hoy más agrio que dulce, de la vida.

Desde El Garitón, mirándose en los membrillos y triste por la negra que le ha caído al níspero,
Mariví Verdú

*Rosas. Óleo de Rosanna Tomasi
  Almendros. Óleo de Ellen Dijkgraaff

1 comentario:

  1. que bonito el sueño, cierto que hay sueños qu se olvidan en un segundo, y otros que no se olvidan en la vida. Por eso en la medida de lo posible me gusta plasmarlo en el papel para que no pase al olvido.

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