jueves, 2 de abril de 2020

CUANDO NO HAY LOMO, por Mariví Verdú

Cuando no hay lomo, de tó como. Era un dicho muy recurrente de mi madre cuando la comida no era la esperada y le poníamos cara rara al plato, Eran pocas veces porque el hambre y la magia de mi madre podían más que las tonterías. Potajes viudos, emblancos y gazpachuelos con papas y pan migado fueron comidas bastante asiduas de mi mesa. Tortillas de bacalao -por cierto, acabo de acordarme que dejé pendiente la historia de las tortillas de bacalao-, mojetes, sopas empanadas o coloradas, migas, papas fritas con huevo, gazpacho o pipirrana eran el menú que conformaba la mesa de mi casa cuando niña. Y todo estaba riquísimo. Los días de fiesta a veces comíamos pollo en pepitoria: el pollo del puchero con salsa de almendras, ajos y pan frito, vaya. Otras comíamos filetes a los que mi madre les daba antes una paliza con la maja del almirez para poderlos ablandar -ella nunca tenía ganas de filete, eso decía...- y nos ponía uno a mi padre, otro mi hermana y otro a mí. Ella se comía un huevo... Ay, mi madre, esas madres abnegadas que nos dieron el cuerpo que tenemos.

Cuando llovía, la comida que nos esperaba eran migas, seguro, migas con tocino y ajos. Mi madre nunca les echó chorizo ni nada más que su aceite y su paciencia. Cuando los torreznos estaban a punto, los ajos habían desaparecido de tanta paleta y todo tenía color de cobre limpio, las apartaba. Las hacía en una sartén de hierro (yo la conservo todavía)  y, al emplatarlas, les rociaba por encima unas aceitunas aliñadas y unas trocitos de bacalao o de anchoas -lo que hubiera, si había-, y las acompañábamos con rabanillos y cascos de cebolla o cebolleta. Plato único que nos ponía como el Quico y que luego pedían agua y siesta. Así se pasaba la tormenta, entre Santa Bárbara y las migas.

Lo que os quería contar hace unos días y no lo hice todavía era una historia que conservo en mi memoria infantil cuando una de las riadas de Málaga, creo que entre los años 1958 y 1960 (no voy a buscar datos, ya lo haré). Temerosos de que reventara el pantano, habían puesto en el Guadalhorce estacas para ver la crecida del río. En casa de mis padrinos había coche y vinieron a recogernos y ponernos a salvo a mi hermana y a mí. La casa de mi padrino Manuel es una de las casas de mis sueños. Siguen estando en mis sueños la de los Portales de Gómez 62, la mía, la de mis padrinos, en la Finca de San Isidro, la de mi tía María Teresa, también en el Cortijo de San Isidro, en el Patio de Atrás; la de una vecina de los portales a la que le poníamos los niños la casa al revés mientras dormían la siesta y la de una amiga de mi madre que se llamaba Mari, la de Dottor. Su madre, Anita, hacía una crema para la cara con botones de nácar, aceite de oliva y limón y tenía el cutis calro, firme, con lo vieja que era, como una rosa de terciopelo y seda. Hacía pañitos de croché y habían muchas macetas. En esa casa la luz entraba desde otro ángulo, cercano del mar, y me traía recuerdos de otra vida, de la niñez de mi madre.

Sigo con las tortillas de bacalao. Una vez a salvo en casa de mi padrino Manuel Luque, junto a mis primos, donde me sentía protegida, vi lo que habían preparado para que no nos pillara el hambre si intentaba pillarnos la riada: orzas de manteca colorá se enfriaban en el pollete de la ventana de la cocina y bandejas de tortillas de bacalao recién hechas. La cocina era la típica de un cortijo, grande, con peroles en el humero que gracias a mi madrina Maruchi (hija de Manuel) brillaban como de oro. (Yo conservo algunos porque no sabía qué hacer con ellos cuando les expropiaron la casa para hacer la segunda terminal del aeropuerto de Málaga. No creo que se imagine lo que esos peroles de cobre y bronce significan para mí.)

Como aquellas lluvias torrenciales ocurrieron en fechas cercanas a la Navidad, estaban criando una pava para sacrificarla en las pascuas y dar de comer a toda la familia, lo que era típico si había hallares. Cuando llegamos a la casa llovía a mares, no descampaba y corría el agua por el carril como en un río. Los relámpagos no paraban y el tronar no cesaba. Recuerdo que había una mosquitera a todo el grandor del ventanal, una tela metálica muy fina recogida con listoncillos de madera entre los postigos y la reja. En uno de aquellos enormes truenos salió la pava del cuartillo donde estaba como una exhalación y alzó su vuelo de pava buscando la luz estampándose contra la mosquitera. Y del susto se cagó en una de las orzas. Menos mal que no fue en las tortillas...

Ella se cagó por un trueno y yo estoy cagadita por todo lo que está pasando y por lo que pasa y no sabemos. Acabo de leer una noticia en el periódico malagueño "El Observador" que me ha dejado las patas colgando. No doy crédito a ella y mejor la buscáis vosotros, el que tenga interés, porque esto ya clama al cielo. Es referente a la libertad de expresión, mejor dicho, a la manipulación de la información exactamente. A río revuelto... putas y tuertos.

Desde El Garitón, como la pava, cagándome en el órgano derecho y en quien lo toca. Mariví Verdú

* Las fotos que acompañan el texto de hoy son tan entrañables para mí... la primera, en la casa de mi padrino, están: María Solano, Maruchi (mi madrina) mi tía Catalina (su madre) y mi tía María Teresa con mi primo Federico en sus brazos. La segunda, Maruchi Luque y sus hermanos, mi primo Agustín fuera del coche y mi primo Pepe dentro. Puede que esté Federico también pero no se ve bien. Y la tercera se hizo un par de meses antes de que demolieran la casa, estamos mi madrina y yo.

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