sábado, 4 de abril de 2020

HAY UN SILENCIO MUDO..., por Mariví Verdú

Hay un silencio mudo esta mañana que me ha paralizado. Hasta el sueño último que estaba teniendo ha quedado en silencio y el miedo de sentir apagado el mundo me ha hecho despertar. He abierto enseguida las ventanas buscando el ladrido de un perro, el cantar de algún gallo y, lo que más, el gratísimo sonido de los pájaros, ese canto mañanero que ha tardado en arrancar y no me ha dejado sentarme a escribir hasta que he confirmado que sus gargantas suenan, que la música existe.

El cielo de hoy, desde el naranja al azul, pasa por tonalidades verdes y está salpicado de nubes de un azul Prusia mientras los montes se recortan con un malva azulado donde aún no se aprecian los relieves. He hecho mi manzanilla diaria con la miel de mi hijo Pedro y  con zumo de limón, fruto de ese limonero que tengo enfrente, el que ellos, mis dos hijos,  plantaron en vida de mi padre. Pocos bares pisó mi padre y pocas veces se fue de vacaciones para poder tener esta tierra que habito. Yo he trabajado lo indecible para mantenerla, para no perderla, y he trabajado tanto que siento que la merezco como el pan que amaso y me como cada día. En este trozo de tierra no todo es verlo en una fotografía o dárselo a un jardinero. Eso no tiene mérito. Aquí hay que trabajar y seguir trabajando cada día. Pero el campo es agradecido. Ahora, que tengo todo el tiempo del mundo, voy labrando el suelo y reconociendo cada palmo como si en ello se me fuera la vida. Y, por lo que pueda pasar, he sembrado melones y sandías, acelgas, apio, calabazas...hoy seguiré plantando chícharos. Los tomates y pimientos van para arriba y los mimo cuidando que sus tallos vayan erguidos y sin hojas superfluas. Ya les he puesto las cañas y aprovechado al máximo el cordón que, aunque pasado, he anudado cada vez que se partía con aquel nudo que me enseño mi tía María Teresa y que no lo desata ni la ley romana. (Como hay tiempo, os lo grabaré y colaré el video para quien lo quiera aprender. Es muy eficaz.) Mil gracias por todo lo aprendido y todo mi amor a la lluvia pasada que ha dejado la tierra a punto de siembra y el aljibe llenito de agua para cuando escasee.

Creo que vamos a seguir encerrados en casa un par de semanas más todavía. Yo tengo hecho el cuerpo a que no vamos a salir en todo el verano y si lo hacemos no solo tendremos que ir con mascarilla y guantes, tendremos que llevar gafas de sol lo suficientemente oscuras para no ver las miradas de la gentes. O para que nadie nos vea los ojos cansados de llorar. Nadie quiere morirse y ahora nuestro prójimo es el enemigo, el infectado o sospechoso de serlo... Si antes ya había poca empatía entre los seres humanos, ahora ya no sé ni como podríamos llamar al nuevo estado de alarma vital que se nos cae encima. Ayer leí un post de mi amiga Concha, la actriz Concha Galán, que decía: El primer día de confinamiento, pensé: vaya, esto hará que nos miremos a nosotros mismos, que amemos de nuevo lo valioso de la vida, pero no, perece que se necesita más para que eso ocurra. Y va a llevar razón. Casi siempre la lleva porque tiene el corazón muy a la izquierda y es una maravillosa persona con los pies en la tierra, pero no me hace ninguna gracia dársela, cosa que hago después de asquearme de TV, de opiniones en Facebook y hasta de las de los propios conocidos que te saltan por la vía Tarifa. Sí, Concha, vas a llevar razón. 

Me gustaría que en un abrir y cerrar de ojos nos devolvieran el mundo, aquel que había a principios de marzo, pero ya no volverá. No pensé nunca que ocurriría una cosa como ésta. Siempre me han fascinado las películas de ciencia-ficción. Con Blade Raner (1982)tuve un pálpito y me imaginé que su argumento ya estaba sucediendo en alguna parte de la tierra... Y, cuando parecía que estábamos hechos a todo, supimos que sólo estábamos hechos a las películas. Como siempre, la realidad superó a la ficción. Ahora todo es real, los muertos son reales, el miedo es real, la enfermedad es tan real que tenemos que tomárnosla muy en serio. Nos va la vida en ello.


Cuando venga la calma, siempre la hubo detrás de la tormenta, todos habremos aprendido algo. Espero que sea una lección de paz y de solidaridad porque de lo contrario la tierra se sacudirá de nosotros y seguirá su curso sin echarnos de menos. Tal vez se quede más tranquila. Ahora, como suele pasar, recurran a los dioses que nos salven y que no piense nadie que la solución está en su propio corazón. Eso da más trabajo.

Desde este Garitón que amaneció en silencio y no solo se ha llenado de pájaros, se ha iluminado totalmente, Mariví Verdú.

+A Missi, que me acompaña al trabajo y espera el descuido para tumbarse en mi chaleco...

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