lunes, 27 de abril de 2020

¿QUIÉN PERMITIÓ SALVARME DE SER PIEDRA? por Mariví Verdú

¿Quién permitió salvarme de ser piedra?

No sé en qué momento oí ésta rotunda y desertora frase ni qué circunstancias rodearían al humano que la pronunció para provocarle esa renuncia o, tal vez, ese alto sentido de las cosas inanimadas, inertes, yertas. Desde luego, en mi fuero interno, ninguno de esos calificativos tiene que ver con piedra. Ser piedra es para mí ser el máximo ser que existe en este mundo. Testigo de la creación y del fin, silenciosa y profunda, fuerte, expuesta y vencedora sin aspavientos. Cualidades y atributos por los que cambiaría esta vida loca con su loca realidad que tiene el ser humana por la infinita quietud de ser piedra. Puede que, en su trayectoria, después de años rodando, quedara fija en un altozano, tal vez llegara a él porque una mano inocente me salvara de ir al fondo del mar y me rescatara en la misma orilla de la playa para meterla en su bolsillo y ser un prodigioso talismán...

Ayer salieron los niños a pasear. Después de cuarenta y tres días de confinamiento, abandonaron por una hora el encierro y salieron al fin de sus casas. Ayer fui muy feliz desde que me levanté pensando que desde las nueve de la mañana la ilusión de los niños podría verse hecha realidad, como un nuevo día de reyes pero menos materialista e interesado. Sé que soy una idealista pero estoy segura que, si pudiera, me comprometería a no salir más de mi casa con tal de que le devolvieran a los niños la tierra de mi infancia, esa Málaga agricultora con sus huertas y campos, la que olía en primavera a chilindros y rosas. A las once y cuarenta y cuatro minutos recibí cuatro fotos que me provocaron lágrimas y risas de emoción. Eran de mi nieto paseando por el campo, un campo repleto de margaritas y malvas silvestres, jaramagos, espigas y amapolas sobre una alfombra verde y jugosa como solo la lluvia y el sol son capaces de producir en el Valle del Azahar. Estuve feliz todo el día hasta casi las ocho de la tarde que vi las noticias. Se me borró la sonrisa de la cara. Estaba hablando con mi hijo por wasap mientras veía las imágenes que mostraban el comportamiento incívico de alguna  gente en ciudades como Barcelona, Valencia, Alicante y Cádiz. Nada, que para esa gente no vale ni el miedo al virus ni la confianza que se deposita en ellos para lograr los objetivos tan importantes que tenemos entre manos. Les importa poco ir consiguiendo paulatinamente el desconfinamiento general, les importa menos hacerlo con seguridad manteniendo el distanciamiento y les importa nada respetar las órdenes que nos dan los expertos. Eso es que se lo pasan por el forro. Es increíble con la ligereza que se toman una cosa que tanto nos afecta a todos en general. ¿No se dan cuenta de que están en juego nuestras vidas?

Esos pocos que dan problemas a la sociedad y causan un daño a veces irreparable hacen que siempre paguen justos por pecadores. Se las dan de listillos pero son una pandilla de imbéciles de la que dependemos los que nos hemos tomado en serio esto desde primera hora. Parece que no han oído que si el comportamiento no era el esperado, daríamos marcha atrás en la toma de decisiones. Si por culpa de esos padres que tanto ruido hacen y tan poca educación transmiten les arrebataran a los niños su paseo de una hora diaria sería para encerrarlos a ellos pero en un encierro de verdad, detrás de los barrotes, y dejar que el mundo sea habitado por buenas personas, por los justos.

Empecé hablando de ser piedra porque cosas como ésta harían hablar a las piedras, porque me gustan muchísimo las piedras y porque mañana voy a publicar un relato que se titula “El discurso de las piedras” , un cuento que dedico a todos los niños del mundo, a mi nieto en particular y a mis sobrinos nietos Ángel y Emma. Por si algún día lo encuentran por la red cuando hayan desaparecido todos mis papeles, momento que está cada día más cerca.

Rodeada de piedras preciosas, entre el Jabalcuza y el Jarapalos, Mariví Verdú

*Las fotos son de  Pedro Durán Verdú, de ayer mismo,  hechas en el del paseo de ayer.

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