lunes, 6 de abril de 2020

MIENTRAS DUREN LOS RECUERDOS, por Mariví Verdú

Después de templar dos dedos de leche para mi gata, como hago cada día desde que vive conmigo, preparo una infusión de manzanilla con miel y medio limón para mí. Como cada mañana de este confinamiento que dura ya veinticuatro noches, después de un cariñoso y efusivo saludo a Missi que viene a mi encuentro por el pasillo, me como las palabras. Algunas mañanas, madrugadas mejor dicho, y poquísimas veces está tan dormida que no se inmuta y voy a verla a su camita. En ocasiones abre un ojo y sigue durmiendo, pasa solo los días que son las tres o las cuatro y hace mucho frío, el resto del tiempo siente el pomo de mi puerta y se levanta inmediatamente viniendo hacia mí y  haciéndome una especie de reverencia en la que estira sus dos patitas delanteras y abre la boca con un cariñoso bostezo para luego tirarse a mis pies mientras me acerco al retrete. Cualquier día me caigo encima de ella. Mientras orino, se tumba medio enroscada y busca mis pies con su cabeza como señal de cariño y cercanía. Y yo le digo los piropos de siempre... No sé si la sobreviviré pero si fuera así es el último animal de compañía que tendré. Se quieren mucho a los animales, siempre tuve alguno: Perry, Mini, La Loba, Linda, mi pajarillo y Missi, pero a mi edad ya se va despegando una de las cosas del mundo y se intentan evitar los sufrimientos. Se tiene bastante con los sentimientos de toda una vida y no se quieren más, mucho menos asumir responsabilidades que no se tiene demasiado claro que se puedan llevar a cabo.
Hoy es lunes santo. Ayer me mandaron palmas y ramitas de olivo los amigos católicos. Entre ellos, mi querida prima Nina. Mi adorable prima Nina, una joven octogenaria con más vitalidad y alegría que un manantial de agua clara, cantarina, fuente risueña y fresca...  Sí, ayer fue domingo de ramos, inicio de la semana santa. Una semana que siempre me causó un respeto imponente, no en vano tuve una educación religiosa cristiana en su versión católica, apostólica y romana que ni los más profundos y libres pensamientos podrán borrarle el rastro. No me dieron a escoger, si lo hubieran hecho tal vez hubiese formado parte de un país aconfesional y no me sentiría apóstata y, más que ser atea, sería agnóstica. Hace tiempo me hubiera perdido buscando algún dios a quien echarle la culpa de nuestro desastre pero hoy sé que no, que no, que no... que no hay nadie a quien culpar ni la salvación viene de fuera. Los pecados no te los quitan de la conciencia por muchas avemarías y padrenuestros que te manden rezar. Que no solo se salvan los absueltos porque la salvación es cosa individual. Nuestro propio perdón y nuestra propia escalera hacia la perfección es cosa íntima. El cielo prometido es azul y diario hasta que pasa a ser silencio. Entre el cielo y el silencio estamos solos con nosotros mismos y arrastramos con nuestra vida en continua penitencia -yo lo llamaría aprendizaje- hasta donde podamos ir con ella. Cada cual lo hace a su manera, buscando objetivos, dejándose llevar, alcanzando metas: aplicando su propia escala de valores. Esta semana santa es tan atípica, tan silenciosa e íntima que, de nos ser por las circunstancias que la rodean, podríamos estar en los mejores ejercicios espirituales que haya tenido la colectividad humana en toda su existencia.
Bueno está. Desnuda e indefensa, cautiva y desarmada me presento ante todos dispuesta a ser crucificada por mis declaraciones. Ser sincera lleva implícito que te quieran o que puedan apedrearte. Hay mucha gente que no comulga conmigo, que les parecerán condenables mis palabras. No decirlas o decir lo que no quiero sería ser una hipócrita, una farisea para con todos vosotros. Por eso, y porque tengo buenísimos amigos que viven con pasión estos días, para todos los que esperan la visión de Jesús Cautivo, quiero recordar los versos que le escribí antes de mi propia pasión. Lo hago porque sé que a muchos de vosotros les importa. Y porque no puedo negar mi vida.

Desde el patio de los lirios, loca por que amanezca para abrir mi panadería, Mariví Verdú

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