domingo, 12 de abril de 2020

CÓMO PONER TÍTULO AL DOLOR, por Mariví Verdú

Todas las fechas esconden sentimientos, recuerdos que se nos fijan en la memoria, pero este domingo de resurrección es, absolutamente, el más triste que hemos vivido en comunidad. Puede que individualmente la fecha de hoy traiga buenos recuerdos a muchas criaturas, o quizás los más tristes de su propia vida y puede que para los cristianos suponga día de esperanza, pero nunca ha sido tan dura y descorazonadora a nivel colectivo. Sería preciso ser creyente para poder afrontar con conformidad en este domingo de resurrección tanto dolor cercano y tanta muerte habida, tanto miedo, tanta impotencia personal y tan poca esperanza en recuperar la vida tal y como la dejamos el segundo fin de semana de marzo. El invierno continua en nuestros corazones a pesar de que la primavera campea a sus anchas. Mis dos primeros escritos en estado de alarma los titulé “Ahora y en la hora...” y  “De nuestra vida. Amén” pero hoy no sé cómo ponerle a tanta palabra absurda y a tantísimos litros de desencanto.

Me he levantado y me he ido a la cocina. Ultimamente he tomado la cocina como refugio antidepresivo. Ya viene de antes lo de meterme en ella cuando me veo enredada mentalmente. Parece que se me aclaraban las ideas metiéndome en harina y entre fogones. Ahora, ni echando horas extraordinarias de guisoteo se me va la paranoia. Acabo de hacerme una infusión de yerba luisa, manzanilla, orégano y tomillo, todo recogido a dos docenas de pasos de mi casa menos la manzanilla que se la debo a mis amigos Miguel y Pepi -que todo lo que me dan es bueno-. Mi rodal de manzanilla, así como el del almoraduj que me regalara en una macetilla Pepe Luque, de la Peña Juan Breva, allá por la primavera de dos mil seis, quedaron desgraciadamente en el terreno perdido. Aunque nada fue igual desde aquel fatídico año, hoy debería de mirar con esperanza el futuro y fijarme en el número de personas que han sobrevivido al virus pero es tan aplastante la sombra de la muerte que no deja resquicio para un rayo de sol.

He vuelto al ordenador. Antes he endulzado la infusión con miel castellano-manchega, regalo de mi hijo Pedro. Todo lo que tiene que ver con él es dulce y me alegra la vida. Y, entre sorbo y sorbo, pretendo que el papel se endulce a la par que yo porque he tenido un despertar que no quiero que dure más que el tiempo justo de quitármelo de encima. Quisiera no estar tan abrumada y poder transmitir en mis palabras confianza en vez de miedo pero no ayuda estar sola y en silencio la mayor parte del día, todo el día, salvo el ratillo en el que hablo con los míos por teléfono o video llamada y ese se me hace tan corto...

He acabado la dorada infusión y he vuelto a levantarme de la mesa de trabajo  para llevar el vaso a la cocina. Una vez allí, he puesto un puchero con la parsimonia de quien está efectuando un ritual. Dicen los meteorólogos que tenemos una borrasca a punto de entrar, que esta tarde va a llover y estará lloviendo hasta el miércoles. Hablando en nombre del campo, doy las gracias. Hablando en el mío, me hará compañía. La lluvia me hace mucha compañía, me resulta agradable porque últimamente está cayendo caladera y pausada, buenísima. Y es tan fructífera... Y me da pie a hacer migas con tocinillo y gachas con cuscurrones...Me he acordado de mi madre y de mi abuela y de pronto he sentido que se me aclaraban las cosas. Ha salido el sol y he recibido los buenos días de mi hijo y las novedades de su casa, sé que mi nieto está comiendo churritos que le ha hecho su madre  y se me ha templado el cuerpo. Me había levantado tiritando y, al despedir mi crónica, he entrado en calor. Ojalá os transmitiera este calorcito que me ha venido de pronto, este ánimo que me regalan el sol y los de mi sangre, desde este rincón donde mi vida se reduce a sentimientos, campo y palabras.

Cariñosamente, Mariví Verdú

*Las fotos que acompañan mi confesión de hoy tienen que ver con lo cotidiano en la sencillez de una cocina. Sin embargo, es un lujo que hay que valorar, una suerte que tenemos en España la mayoría y que da hasta apuro compartir cuando sabe una cómo están las cosas-. Querio dejar claro que para mí no son pequeñas cosas poner un puchero o hacer un budin de pan duro... son grandes cosas que hay que apreciar en la vida. Por eso quiero compartirlas. Es una forma de estar agradecida.

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