jueves, 16 de abril de 2020

LA MIRADA CONCISA. EL ARTE DE LA FOTOGRAFÍA, por Mariví Verdú

No he pegado ojo en toda la noche. Me desvelé después de una cabezadita en el sillón. Me asomé a la ventana de la cocina, como suelo hacer cada noche, y tuve que salir afuera, a la noche nítida y fresca que había dejado el día de lluvia.  Cogí la cámara y los prismáticos y estuve buscando en las ascuas de mi Málaga dormida puntos de referencia. La Catedral, la Farola, las luces del aeropuerto... Y pude ver, desde Casarabonela a los Baños del Carmen, nueve lugares entre pueblos y barriadas malagueñas con sus luces y sus farolas encendidas. Un momento emocionante.  Después me metí en Internet para compartir una de las fotos y me enteré de la triste noticia de la muerte de mi amigo Benito Lorenzo, el marido de mi querida Carmen Ocaña, tan amantes los dos de Málaga y de la fotografía, tan buenísimas personas...
Y adiós al sueño.

He venido a quedarme dormida una vez amanecida la mañana. Se me metió en la cabeza buscar la foto del día que les conocí. Y la encontré cuando el sueño ya estaba a más de dos horas de distancia. En la foto estamos brindando, tenemos en nuestras manos una copita de champán. Sonreimos como solo lo hacen las personas felices y en paz consigo mismo. Estamos guapos. Después me acurruqué con la postura fetal a ver si venía el sueño... y nada. He intentado todas las formas de relajación, desde los recuerdos amables hasta los recurrentes ejercicios de respiración profunda; desde contraer y relajar la musculatura hasta intentar dejar mi mente en blanco; música, infusiones, llorar a mares. Pensé en mi madre y en lo que iba a contar esta mañana y me acordé de algo que me me pareció un buen punto de partida pero se me ha perdido en el sueño y no lo encuentro por ningún rincón de mi cabeza. Estoy bloqueada por lo que me voy a poner ropa de faena y dejar este engreimiento de escribir que la mayoría de veces me cuesta un dolor de corazón.
Cuando, en días como hoy, no apetecía salir a la calle porque una pena traía de la mano otras penas, mi madre sacaba la caja de las fotografías. Muchas de ellas estaban metidas en un sobre al que mi abuela había escrito, con aquella letra suya decimonónica y temblorosa, un letrero para identificar su contenido: La Línea, Melilla, Tita Dolores... Mi madre también había hecho apartadillos en sus sobres correspondientes: Cieza, San Isidro, fotos de la Argentina, de Tito Gabriel y fotos de artistas. La letra de mi madre era muy similar a la de Emilio Prados. Igualita. Tal vez por eso quiero el doble a mi paisano.

He sacado mis álbumes esta mañana para ponerme luego, una vez haya hecho mi faena, a disfrutar del pasado impreso, de nuestra vida impresa, de la historia gráfica de los sentimientos. Ese amor por la fotografía me unía a la pareja de Benito y Carmen, así como el amor a los pueblos de nuestra provincia de quienes ellos han sido pregoneros y dinamizadores de su herencia cultura. En más de una ocasión, Carmen ha colaborado conmigo en Calle del Agua y ambos han difundido las actividades culturales que he programado durante los últimos doce años de vida social, antes de mi encierro. Nos hemos encontrado muchas veces y siempre han sido motivo de alegría, dejando constancia de las mismas en fotografías que guardo con muchísimo cariño. A Benito le pedí permiso en más de una ocasión para usar sus fotos, para pintarlas a óleo o simplemente para conservarlas porque me encantaban. Tenía una mirada concisa, delicada, bellísima del paisaje y del momento, esos momentos que captaba con suma maestría y compartía con todos en un acto diario de generosidad. Le echaremos de menos.

Lo que hoy escribo es para él, en su memoria, y para Carmen con quien comparto, con el pan de mi foto, mi cariño y mi tristeza a partes iguales.

Desde El Garitón, a punto de abrir la puerta y perderme entre grises y rosas nacientes, Mariví Verdú

*Las dos primeras fotos son de Benito Lorenzo. Único. Irrepetibles.

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