
He querido traer al recuerdo este hecho porque hoy soy yo quien usa las mismas palabras para homenajear a quien el día 18 de octubre de mil novecientos sesenta y cinco las escribió: Paco Montoro. Aquel día me leyó la carta en su integridad, me embargaba la emoción y no paraba de tomar apuntes y hacer fotografías. Aquellas cuartillas en las que estaba escrita la mencionada petición presentaban un papel amarilleado por el tiempo dibujado con la excelente caligrafía que le caracteriza. Un documento vigente, interesante, histórico para la historia del flamenco. Me enseño otros importantes libros y apuntes y charlamos largo y tendido acompañados por Odile, su mujer, y degustando juntos unas pastas y una reconfortante taza de té.

Coloquialmente, también se dice de la persona que desempeña todas las funciones en una casa, empresa o negocio, lo que en roman paladino sería versátil, polifacético, polifuncional y en el argot malagueño: más apañao que un jarrillo lata. Porque Paco es, además, el autor del singular y famoso emblema que identifica a la sexagenaria Peña Juan Breva y el responsable de iniciativas preciosas como la de la felicitación navideña con pinturas de belenes clásicos acompañando poemas de temática religiosa pero con exagerado buen gusto, irrepetible, claro está. Las anotaciones y dibujos que contienen los libros de actas de las primeras reuniones de aquella inicial directiva que conformó sus estatutos, son dignas de verse publicadas. Las notas al margen y a pie de página son obras de arte realizadas in situ por Paco Montoro. Aquella primera directiva tenía también otros nombres fundamentales en la historia del flamenco, ejercían de consiliarios, entre otros, al estudioso Pepe Navarro y los cantaores Antonio Villodres y Diego Beigveder, más conocido como Diego “El Perote”.
La amistad que me une con Paco está fundamentada en la admiración y el respeto mutuo, como no podría ser de otra manera entre creadores y personas que amamos la lengua madre, el arte en todas sus manifestaciones y la confianza en algo tan sublime como la dignidad, empatía entre seres humanos. Son muchos años ya los que mantenemos esa fidelidad necesaria para que nada se eche al olvido. Odile, mi amiga y su mujer, es tan admirable como necesaria en su vida y en nuestros encuentros. La influencia de Paco ha sido primordial para mi vida y mi obra, siempre ha mantenido alta mi moral porque alta era su confianza y su siempre constructiva crítica, tan importante para mí y tan oportuna para mi trabajo. Nunca olvidaré su grata implicación cuando le envié el borrador de mi trabajo “De alboreá” para que le pasara su magistral filtro. Conservo sus anotaciones y subrayados como un tesoro. No me cambió ni una letra, ni una coma, solo me abrió su talento y su corazón anotando sensaciones y sugerencias. Con esta obra gané el primer premio Francisco Moreno Galván de letras flamencas y, como no podía ser de otra manera, se lo dediqué.
El 19 de noviembre del pasado año, Paco sufrió un golpe muy duro con la muerte de nuestro querido amigo Eugenio Chicano, su amigo del alma. La orfandad de un amigo tan importante, cuando han pasado más de media vida juntos en la más grandiosa forma de amistad , en confidencias y consultas de dos creadores de tal envergadura, afectó su ya delicada salud física. Pero a mí me preocupa mucho más la salud de su alma. La del alma es, para la mayoría de personas de alta sensibilidad, la más dura de llevar, más que cualquier fractura, herida o amputación. Lo inevitable de la muerte es un dolor diario que cursa por dentro pero que aflora en nuestro rictus como una sombra fija, un duelo constante con el que cuesta trabajo convivir y hasta respirar. Ayer hablé con Odile y me dijo que andaba decaido, que no tenía ganas de nada, hoy le dedico mis palabras de aliento. Paco, tú vales mucho, no te abandones porque quienes te queremos estamos manteniendo en alto tu vida y te necesitamos.

En mi libro inédito de poemas titulado “De Dios y de su falta” dedico a Paco y a Odile este soneto que hoy comparto con mis mejores deseos de salud para todos y concretamente para quien más lo necesite. Para tí, Paco.
Vuelvo a tomar las hojas olvidadas
para cantarle al dios de toda vida,
de toda muerte, de toda despedida,
al dios del despertar y de las nadas.
Cantando con las fuerzas amansadas
de tanto amor, señor, de tanta herida,
prosigo en pos de ti, por tu venida
doy por buenas tristezas enquistadas.
Por verte tan pequeño como el hombre
en un pobre pesebre recostado
mi corazón antiguo se estremece.
Bendito sea el santo de tu nombre
y bendita la herida del costado
y la sangre divina que me ofrece.
Desde El Garitón empeñado en dar rosas bajo un cielo primaveralmente gris, Mariví Verdú
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