¿Puede alguien dejar de respirar? ¿A que no? Y si se parase el corazón ¿podría algo sustituir su latido? Vitales son los pulmones y el corazón pero también los riñones, el estómago, el hígado, el páncreas y los intestinos. Aunque la medicina haya avanzado tanto como para poderlos sustituir llegada la ocasión ofreciéndonos la posibilidad de la cirugía y del trasplante, nadie me podrá negar que hay otro órgano no nombrado que es imprescindible para la vida: nuestro cerebro. Ahí está la central, la máquina que pone todo en funcionamiento, la que nos rige, una nuez de menos de un kilo y medio que corona nuestro cuerpo, en nuestra cabeza, donde se albergan además nuestros ojos, nuestros oídos, nuestra nariz y nuestra boca con su lengua y sus dientes, en tres palabras: nuestros cinco sentidos -a veces, hasta el sexto-.
En el pecho está la siguiente parada principal: ahí residen nuestros pulmones y nuestro corazón. Oxigeno, sangre, pulmones, corazón... Al corazón recurrimos mucho cuando nos embargan los sentimientos, diciendo frecuentemente frases como “corazón mío, te quiero con todo mi corazón” o, después de pasar un mal rato, “tengo el corazón en la boca” o, recurriendo a nuestros pulmones, “me falta el aire”. Decimos que nos rompen el corazón sin dejan de querernos, que el corazón se nos va cuando alguien se nos muere, que no nos sentimos el corazón cuando llevamos un desengaño y vuelta al aparato respiratorio: es que sin tí no puedo respirar... Y todo es mentira, una mentira con ciertos visos de verdad porque siempre nos duele el pecho en los momentos de ansiedad, cuando hablamos de amor o desamor, de angustia o de pesar, de dolor y de miedo. Pero todas son frases hechas, retórica dialéctica que otorga a estos órganos funciones relacionadas con sentimientos cuando lo que debería dolernos es la cabeza ya que todo se genera allí, dentro de nuestro cerebro, todo está basado en reacciones químicas y eléctricas, somos nuestra memoria genética y estamos condicionado a la causalidad y a la coincidencia. Lo único cierto es que, si nuestro corazón deja de latir y bombear sangre y nuestros pulmones de respirar y aportar oxígeno, nuestro cerebro tarda muy poco en apagarse: la mitad de lo que tarda el sol en salir.

Ayer comencé a escribir y lo dejé a medias. No tenía ganas de continuar porque cerrar la ventana de Facebook ha sido privarme también de saber de personas buenísimas y de opiniones tan válidas y tan enriquecedoras que el castigo que me inflijo puede ser peor que la enfermedad de contagio que me causan las malas influencias, influencias tan negativas que sobran en la red. Sin embargo y aunque no voy a volver por el momento, lo que he escrito es una contestación a mí misma de lo útiles que somos todos los seres humanos ¿Cómo sino podríamos saber distinguir dónde se encuentra cada uno?
Para todos los que están en mi corazón y particularmente a Pilar Zheras, que hoy es su cumpleaños, cariñosamente.
La tercera parada la dejo para mañana.
En un martes luminoso, desde El Garitón, Mariví Verdú
*El dibujo es de mi amiga y alumna Alba Martínez Luque.
No hay comentarios:
Publicar un comentario