sábado, 25 de abril de 2020

DE LOS CUARENTA P'ARRIBA, por Mariví Verdú

Esta primavera es toda para los pájaros. Desde que empieza a clarear el día hasta que anochece, hay un coro de pajarillos cantando, agradecidos por la descontaminación que ha aclarado el aire y devuelto el azul al cielo, felices por el silencio, notorio y agradable, que existe desde que comenzó el confinamiento por COVID 19. En contraste a la estela de dolor y muerte que va dejando, ajena a sufrimientos, la naturaleza entera canta agradecida por el respiro que le hemos dado los seres humanos, parece que hasta llueve más y todo florece sobre un verdor semejante al que tenían los campos de mi niñez, los campos de mis sueños. Todos los tonos son más intensos, desde la música a la cromática, como si de pronto hubiesen pasado un paño que devolviera el lustre a la vida.

Por cuarenta y tres días, la mayor parte de los mortales que están vivos se han dedicado a las tareas que eran habituales, salvo lo relacionado con la tecnología, cuando yo tenía la edad que hoy tiene mi nieto: estar en casa compartiendo con los tuyos el grato regalo de las largas horas, el tibio placer de los minutos que faltaban para el recreo, el eterno placer de esos instantes únicos: comer juntos, hacer juntos las tareas de la casa, de la cocina, inventar juegos, agradecer el momento de compartir con los vecinos cuatro palabras y un balcón, ser más humildes y conformarnos con poco. Y todo ello mirando por la salud como el mejor de los dones. Las vivencias de la niñez son la masa de la que están hechos nuestros recuerdos y esta manera de vivir los crea tan gratos que en el futuro serán fuente de nostalgia.

El próximo domingo podrán salir a la calle los niños, acompañados de un mayor, con muchas limitaciones pero al menos podrán disfrutar del aire y del sol una hora y en un kilómetro a la redonda de sus hogares. Yo lo celebro porque tengo niños que me importan, mejor dicho, los niños me importan todos, los que considero míos y los que no lo son. Para ellos deberá ser una experiencia nueva romper esta cortina de miedo que nos han puesto delante de los ojos cubriendo la esplendorosa visión de la primavera. Puedo afirmar que me ha afectado más lo que les está pasando a los niños que lo que me haya pasado, pueda pasarme o me esté pasando a mí. Los mayores han sufrido mucho, lo sé, pero somos culpables en una u otra medida de la evolución del mundo, de los desastres del mundo, de sus sacudidas, pero los niños son puros, ingenuos, limpios de corazón, y ellos no merecen sufrimiento.

Menos mal que no creo en el pecado original. Mi trabajo me costó arrancarme el pesimismo de aquel adoctrinamiento que sufrí en mi grandiosa y cortísima infancia, en mi querida niñez y en mi adorable juventud. Eso de que todos tenemos que arrastrar un pecado por el simple hecho de nacer humanos me comió mucho la cabeza durante el primer tercio de mi vida. Que los demás tengan que cargar con nuestras culpas es algo que me indigna muchísimo. Me aterra pensar en lo malo que habré podido influir a los que estaban bajo mi responsabilidad. Sin embargo, quiero y pretendo convencerme de que todo lo que hice estuvo al menos dirigido por la mejor de mis intenciones o provocado por la ignorancia. Beneficio que otorgo también a los demás. Por eso espero que la decisión tomada respecto a los niños y a su desconfinamiento se haya tomado con el criterio de expertos pero con la bondad y las mejores intenciones del corazón de los que dirigen nuestro pueblo. Me gustó mucho una contestación que oí de uno de los encargados de este menester en referencia a quiénes iban a vigilar el tiempo, el recorrido y el acompañamiento de los niños en su primera salida. Contestó que apelaba a la buena voluntad y criterio de sus padres, que habiendo sido modélicos a la hora de estar encerrados no iban a dejar de serlo a a hora de la libertad. Totalmente de acuerdo. A mí me gusta también la mano abierta.
Mi madre decía que la mitad del mundo no tienen atadero ni por pescuezo, que los españoles no tenemos remedio, que cada uno necesitaba detrás un civil con una porra porque estar solos significaba algo así como tener la oportunidad y la voluntad de delinquir. Mi abuela decía que a esta España no la arreglaba ni el mismito Lucifer. Sin embargo, yo quiero otorgar un voto de confianza al sentido común de todos nosotros, quiero pensar que hemos cambiado aunque solo sea porque en nuestra conducta va la vida de nuestros niños.



Hace una semana decidí desconectar de la red para descansar un poco de los mensajes radicales y del mal gusto que corren como la pólvora por Facebook pero hoy me motiva volver porque dedico mis palabras a los niños, a mi nieto Daniel y a mis sobrinos nietos Ángel y Emma en nombre de todos los niños del mundo.
Va por vosotros.

Desde El Garitón con cariño y olor a pan recién hecho, Mariví Verdú

1 comentario:

  1. Espero que todo vaya bien para los niños y sigan las normas de seguridad para su salud y la de su familia, y deseo que todo esto acabe pronto aunque nos va a costar despendernos del miedo.
    Besos. Pili Z. Heras.

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