jueves, 30 de abril de 2020

EL DISCURSO DE LAS PIEDRAS II, por Mariví Verdú

Mi padre me dejó muy cerca de El Torcal, en un paraje de formas caprichosas, en una sierra  emergida del mar, grande y maciza, una mole gris semejante a la armadura de un dinosaurio dormido bajo el sol. La recorre un laberinto de pasillos, corredores y cuevas y está salpicada de galletitas de piedra que, una sobre otra, en un erguido y rígido equilibrio, vencen la gravedad. Yo estoy en su ladera sur, muy cerca de un nacimiento que día y noche me recuerda las formas de mi padre y los ojos de mi madre, una fuente que los hombres llaman “de la Teja”. Nunca para su caño, ni en lo más  seco de la estación de verano, y me siento feliz por ello. Anclada a este maravilloso emplazamiento, llevo toda mi vida. Me siento un ser con suerte al pertenecer a un suelo de tan saludable altura, de aires tan sanos, y de poder divisar el extraordinario paisaje que me brinda:  un valle hermoso y verde extendido a mis pies, entre el Arroyo de las Pilas y el del Paraíso; un abrazo de montes tan azulados como malvas de seda: las Serranías de Mijas y de las Nieves, a mi derecha; mi Sierra del Torcal, al norte, y a mi izquierda... los Montes de Málaga. Enfrente, con su horizonte infinito,  un fondo repleto de aguamarinas, el viejo Mar Mediterráneo. Es un placer para mis sentidos ver cómo, una sierra tras otra, se van volviendo transparentes, según incida el sol del atardecer o de la mañana, y el mar se hace de plata, de oro, de bronce... Es en este lugar privilegiado desde donde descubrí, conmovida, la evolución del mundo, el ciclo de la vida, de las estaciones, de la Luna, de los cometas... 

    En mi quietud de piedra, viendo pasar los siglos, me fue permitido asistir al nacimiento del reino animal. Iban llegando, desde la linfa de mi padre, de menor a mayor y en constante evolución, convirtiendo en su habitat la faz de mi madre. Por entonces había equilibrio en la naturaleza, hasta los seres más diminutos eran de una importancia grandísima en la armonía del mundo, un mundo al que ya había llegado hacía mucho tiempo el reino vegetal y se encontraba vestido completamente de plantas con sus diferentes clases, órdenes, familias y géneros, desde los más altos árboles del bosque, hasta los más pequeños organismos vivientes, esos que forman un tupida alfombra a nuestros pies, de donde nacen flores diminutas blancas, rojas y azul índigo y que viven de la gracia. Todo estuvo dando su fruto ante mis ojos quietos y mi madre, más que nunca, se había convertido en un verdadero, frondoso y fértil paraíso.

    Entre todos los seres vivos que llegaron después que yo a la superficie, la corteza que protegía a mi madre de la intemperie, puse mis ojos en una raza animal muy especial: andaba a dos patas, lloraba y reía, era muy desvalida porque, cuando pequeños, necesitaban ayuda de sus padres o del resto de la tribu y pasaban muchos años hasta que era capaz de vivir por sí mismo. Desde que dejaban de mamar hasta poder comer lo que cazaban o pescaban, hasta poder recoger bayas o drupas (celebraban muchísimo los pomos) pasaban muchos años por lo que yo sentía verdadera lástima de aquellas criaturas, vástagos indefensos. Los que llegaban a la vejez también me infundían una tristeza enorme porque eran tan vulnerables que parecía como si volvieran a ser pequeños pero más arrugados y torpes en sus movimientos. Sin embargo, fueron muchísimas las veces que sentí admiración por ellos, siempre, y me parecían los más raros y hermosos animales. 

    Aún recuerdo mi perplejidad y entusiasmo ante uno de sus grandes hallazgos. Lo protagonizaron dos humanos y yo lo presencié. Vi cómo aquella pareja buscaba a algunos de mi familia, buscaban por los alrededores de la fuente, entre las rocas... Pedernal, cuarzo o sílex, sólo querían eso, y desechaban, después de su reconocimiento, a muchas hermanas mías, hasta que al fin dieron con ella: una piedra, no muy grande, casi como yo, que tenía el mismo color del pelo de la hembra. Y fue en ese preciso instante cuando vinieron hacia mí.


  Estaban ya muy cerca. Ella traía colgando de su cintura una pequeña bolsa alargada confeccionada con piel de conejo. La desprendió de su cinto. Estaba anudada en su apertura y se intuía que traían algo muy valioso, según el trato que le daban debía de ser un tesoro. Entonces se colocaron justo delante de mis ojos, frente al pilón en el que, ellos y sus familias, habían convertido un grandísimo pedrusco para recoger el agua que manaba, convirtiéndolo así en abrevadero para sus bestias y en fuente para los de su especie. Deshicieron el nudo y sacaron su preciado contenido. Era una piedra con forma de cubo, la reconocí. Era pirita. Aquella piedra se formó en el primer mundo con sangre materna y portaba un misterio relativo a su sexo, por eso brillaba con tanta intensidad. Contenía metal de hierro, recuerdos del centro de mi madre, y era una hermana que yo apreciaba muchísimo aunque ignoraba por qué era tan apreciada para ellos si no conocían ni formaban parte de nuestra historia. 

    Comenzó entonces todo un ceremonial: sobre un gran tronco de encina dispusieron los  objetos de su mágica liturgia. Las piedras, lo primero. En el centro arrimaron la flor de unos hongos de color pardo. Cerca de estos, habían colocado un montoncito de paja; abajo, en el suelo, formaron un lecho con hojas secas y cruzaron sobre él unas pocas de ramas viejas que partían en trozos pequeños y crujían al romperse. Yo les había visto antes manipulando a mis hermanas para sacarles filo -creo que con ellas cortaban y raían las pieles- pero se ve que esto iba a ser otra cosa. A mí me latía muy fuerte el corazón, como si el acontecimiento que estaba a punto de suceder fuese una acto sagrado.

2 comentarios:

  1. Vives en un sitio precioso y tienes la suerte de saber disfrutar hasta de las piedras que lo rodean. Eres una persona especial y excepcional. Un fuerte abrazo amiga.

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    1. Coinciden tus iniciales con las de mi amiga Trini. Si no eres ella, agradezco tus palabras como si lo fueras. Si eres Trini, ya has venido aunque sea una vez que tengo entre mis recuerdos preferidos al que recurro muchas veces. Un fuerte abrazo.

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